sábado, 25 de junio de 2011

La Boca, 25 de junio de 2011.
En mi departamento.

Acabo de devorar los primeros hilos de carne de Florencia, la más joven de la familia Irala, rubia y pequeña como su madre, de ojos azules como cristales; probablemente tenga en sus genes algún dejo de raza aria. Me fue extremadamente difícil de comer, me pregunto si será porque conozco a su padre y me lo cruzo cada tanto en la facultad. Me mataría si se enterara que me comí a su hija. No puedo evitar reír al pensar esto.
Creo que el cuerpo femenino cuenta con un esplendor que es ajeno a la carne. No hay mundanidad en una mujer muerta. Florencia se veia tan hermosa como la primera vez que la vi. Aun cuando ya había quebrado sus huesos para esculpirlos, rota y desparramada en pedazos como estaba, no perdía su frescura.
La arrastré sin mucho lio. No me costó subirla por las escaleras dentro de la maleta, la acomodé como se acomoda un niño dentro de la panza de su mamá. Cuando Doña Estela me cruzó en los últimos escalones, me pregunto si me había ido bien en las ventas. Sabe que traslado mis esculturas de huesos en esa vieja maleta. Respondí lo habitual; había jornadas buenas y malas. Personalmente creo que fue un día excelente.